Prevención
La prevención no es un arma mágica que erradica completamente el abuso de drogas, pero su realización es fundamental para disminuirlo. Consiste en conseguir que la mayoría de las personas adapte una calidad de vida y un estilo de conducta contrario al aquél generado por las adicciones. La prevención debe promover una sociedad moderna libre de adicciones, y para ello, debe apuntar a la educación, la ocupación, la sanidad, la lucha contra el narcotráfico, la cultura, y el empleo de tiempo libre en actividades recreativas sanas.
En Estados Unidos, luego de comprobarse el altísimo costo que provocaba en la sociedad el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, se impuso como una necesidad primordial la realización de una política seria y conciente de prevención de las adicciones. Según los datos obtenidos, ese costo ascendía a unos cuatrocientos billones de dólares. El Center for Substance Abuse Prevention (CSAP) define la prevención como el conjunto de las acciones que permiten a los ciudadanos una vida sana, productiva y segura. Este centro desarrolla una serie de medidas preventivas que se materializan a través de los ámbitos educativos, en la búsqueda de diferentes actividades, en la realización de programas destinados a la comunidad en los cuales se informa adecuadamente. Aunque en realidad, quien efectúa el mayor esfuerzo son las asociaciones de carácter privado ya que se manejan con fondos provenientes de donaciones privadas o subvenciones públicas, o de los mismos miembros voluntarios que las constituyen.
Por otra parte, el gobierno se dedica más a programas de tipo escolar, brinda servicios informativos al público, o alternativas de tratamientos. Los datos muestran un declive en la curva de consumo de alcohol, tabaco y drogas ilegales en los últimos años, demostrando la eficacia de la prevención. En el grupo de adolescentes de 12 a 17 años, desde el año 1983 el índice bajó un 11%. En el grupo de 18 a 25 años, 1 de cada 3 adolescentes consumía drogas ilegales ese mismo año, pero la proporción disminuyó a 1 de cada 7 hacia el año 1995.
Se ha comprobado que los jóvenes son los más propensos a consumir tabaco, alcohol y drogas ilegales (teniendo la mayor proporción de muertes por ingesta de sobredosis, cuadros de intoxicación severa a raíz del alcohol, violencia por el uso del alcohol y el consumo de drogas ilegales). En grupos de adultos mayores de 26 años, se manifiesta un alto consumo de alcohol y tabaco, en tanto que el índice arrojado por consumo de drogas ilegales es el más bajo.
En otras palabras, los menores de 25 años tienen más probabilidades de iniciarse en el consumo de estos tres elementos, en tanto que los mayores lo hacen con alcohol o drogas de prescripción médica. Es por eso que se focalizan los esfuerzos en los más jóvenes, por tratarse del grupo de mayor riesgo.
En los Estados Unidos se conoció como la «guerra contra las drogas» al esfuerzo que hizo el gobierno para disminuir la demanda de drogas ilegales en el país, la cual se extendió durante varios años, alcanzando su máxima intensidad durante la administración de Reagan. La misma se implementó a través de la acción de los medios, diarios, revistas, emisoras de televisión, y tenía como destinatario a toda la comunidad. Pero no sólo se limitó el gobierno a la campaña de la prevención, sino que extendió su acción a la detención del comercio de drogas, en vista de la cantidad de jóvenes que utilizaban drogas alucinógenas y LSD, creando a tal fin el National Institute on Drugs Abuse (NIDA). Según los datos recogidos se supo que el uso de drogas ilegales había aumentado con los años y que el público tenía muy poco conocimiento de los riesgos. Así fue que se organizó la campaña «Just Say No», cuyos afiches, en prueba de su eficacia, aún estaban a la vista siete años más tarde.
Un estudio en profundidad del NIDA, brindó datos escalofriantes en cuanto a la cantidad de personas que había probado cocaína alguna vez en su vida, la que la había consumido en el último año y la que la consumió en el último mes. Además, mostraba el incremento de los casos de urgencias médicas debidos al consumo de esta droga (inclusive también muertes por su abuso). Por ello, se implementó una campaña específica avalada por testimonios de adictos famosos llevados al fracaso por su adicción. Sin embargo, el conocimiento de la gente aumentó proporcionalmente al uso de la cocaína. Hubo que luchar contra una mentalidad bastante arraigada, que promovía su uso como algo «recreativo», que creía que no generaba adicción, y contra toda la publicidad a favor que brindaban las películas, las canciones y la televisión. La cocaína parecía el elixir de los años 80.
En 1985, una encuesta mostró que unos 70 millones de americanos habían probado alguna de las drogas ilegales al menos una vez en su vida. Ya se sabía que los jóvenes adultos eran los más propensos a utilizar cocaína, aunque también los sectores más jóvenes comenzaron a utilizarla. Se resolvió efectuar una fuerte campaña para ellos, pero surgió el inconveniente de que los usuarios creían conocer todo sobre el tema y se consideraban independientes. Hacían hincapié en los supuestos efectos positivos del uso de la droga, ignorando los efectos negativos reales. El NIDA tuvo que encontrar las razones más convincentes para hacerles desistir del uso de la cocaína, y para ello, se conectó con una organización voluntaria constituida por agencias de publicidad, medios gráficos y una serie de organizaciones de tipo humanitario, llamada Ad Council solicitándole colaboración. Durante tres meses trabajaron juntos los integrantes de ambos sectores, y en 1986, salió el primer anuncio de la campaña denominada «Cocaine The Big Lie» (Cocaína, la gran mentira). El objetivo era distribuir información puntual: que se trataba de una droga en extremo adictiva, que causaba serios conflictos de orden social, psíquico y de salud. Con estos datos trataba de desterrarse la noción de la cocaína imaginada como elixir y las falsas expectativas que se gestaban a su alrededor.
La campaña comenzó con apoyo de ex adictos pertenecientes a todos los estratos sociales, quienes a través de los medios difundieron los efectos negativos que su adicción había causado en su vida, su familia y su trabajo, siendo sus destinatarios los jóvenes ubicados entre los 18 y los 35 años. También difundían la importancia de buscar ayuda profesional y encarar un tratamiento serio a fin de poder superar la adicción. Durante el transcurso de ese año, se solicitó también la colaboración de deportistas famosos -no usuarios- para que instaran a los adictos a aceptar apoyo, y a los que aún no habían caído en la tentación de la droga, a evitarla. El éxito de la campaña fue evidente no sólo gracias a la gran calidad que los anuncios poseían, sino también a la polémica que produjo la muerte de un astro del deporte, Len Bias, por la utilización de cocaína en sus actividades deportivas. Esto hizo que la campaña fuera acogida con mayor receptividad ya que el tema estaba en plena controversia. Fue enorme la cantidad de personas que llamó a los teléfonos habilitados solicitando información y ayuda. Esto fue un indicio fundamental del triunfo de la campaña.
La segunda campaña, lanzada en 1988, apuntó a los jóvenes que cursaban la escuela superior y colegios mayores, dirigiéndose también a las familias y a los amigos de aquellos que eran adictos. Los métodos utilizados fueron los siguientes: se recrearon situaciones similares a las que se producen entre los adictos, como si se estuviera frente a un escenario: una pareja discutiendo el tema, un joven incitando a los demás a tomar droga, sosteniendo sus beneficios y su inocuidad, seguido por otro que arrojaba el frasco a la basura afirmando que todo era una gran mentira, de manera tal que con estas representaciones, los jóvenes usuarios de drogas, se sintieran identificados con los momentos que ellos mismos atravesaban.
El presupuesto utilizado en la campaña no fue difundido exactamente. Lo que se supo fue que el gobierno federal asignaba a la guerra contra las drogas unos 12 billones y medio de dólares, pero que solamente una parte había sido empleada en la campaña, y que en general se utilizaba mucho más dinero en los tratamientos contra la droga que en los métodos de prevención. Los resultados de la campaña fueron alentadores: un gran porcentaje de jóvenes se concientizó del riesgo de consumir cocaína, pero la edad de iniciación en la droga bajó en dos años un l%, siendo esta cifra un índice desfavorable. La realidad ineludible es que el flagelo de la droga es tremendo y las estadísticas arrojan datos alarmantes. Al parecer, un millón de jóvenes adolescentes usa droga una vez por mes, unos cuatro millones consumen alcohol y cerca de dos millones fuma. Si bien se sabe que entre los mayores el índice de consumo de drogas ha descendido, ha sucedido lo contrario en los más jóvenes, que utilizan marihuana, crack, LSD, alucinógenos, cocaína. Esta es la razón por la que este grupo más joven será el objetivo de ataque de las próximas campañas.