Testimonios Individuales
Martín
Comencé a drogarme alrededor de los 16, quizá 17, no puedo precisarlo, con marihuana. Utilizaba también cemento de contacto y anfetaminas. Empecé un poco por curiosidad, otro poco porque siempre me atrajo lo prohibido, lo que transgrede. Fue como un juego al principio. Era algo nuevo, original (así yo lo sentía) y me atraía. A partir de ahí comencé a frecuentar lugares de tipo alternativo, donde se hacía culto a una cultura subterránea que incluía músicos, pintores, poetas y ‘locos en general’. Pensaba, por aquellos años, morir a los 25 años y las drogas me parecían una excelente forma de aprovechar el tiempo que me quedaba.
Si Baudelaire se drogaba, si lo hacían Dalí, Buñuel, Artaud, Poe, Huxley, ¿por qué no yo? Defendía la marihuana, que siempre me pareció inocua y me parecía bien la legalización. Claro, la marihuana ‘permitía’ hacer una vida ‘más familiar’ en el sentido de que uno come, duerme y no crea tantos problemas. Después sí, tuve que vender para solventar mi consumo y más adelante acompañé varias veces a mi dealer a robar para solventar el consumo de cocaína. Ya entonces me empecé a sentir mal y traté varias veces de dejar.
Intenté con la acupuntura, la homeopatía, los psiquiatras. Conseguía dejar inyectarme y de inhalar, pero mis planes no incluían dejar de fumar marihuana. Después reincidía. Al final, mi idea de que el suicidio era una salida válida para esta vida hizo que me vuelque casi definitivamente a la cocaína.
A los 18 años me fui a vivir solo, es decir, sin mis viejos, con varios chicos con los que formábamos un grupo de música. Ahí conocí a la morfina y la heroína, pero como no eran fáciles de encontrar no me enganché. En esa época tenía miles de conocidos y ya no sabía quiénes eran mis amigos. Me drogué durante 12 años, pero nunca dejé de trabajar. Postergué proyectos y estudios, pero siempre trabajé a pesar de mi resistencia a hacerlo. En los mejores momentos de mi vida, que fueron presenciar los partos de mis hijos, en esos precisos momentos no estaba bajo efectos de nada. El ‘festejo’ venía la noche posterior. Hoy me siento un estúpido de querer ‘festejar’ el nacimiento de una vida con resabios de muerte. En lugar de querer prolongar mi vida a partir de ahí la acortaba…
Hubo un intento grande para terminar con todo y fue irme a vivir a las sierras, a Córdoba. Arrastré a mi familia a un proyecto que al principio funcionó, pero recaí otra vez. La cuestión no era cambiar el entorno, primero había que cambiar lo interno. Llegué a pensar que la única forma de dejar las drogas era el suicidio. Lo intenté varias veces y por suerte fallé.
Hoy vislumbro otra cosa y a veces, no lo puedo creer. Fueron muchos años de drogas, estaba cansado tanto psíquica como físicamente. Ya nada me divertía ni alegraba. Hoy pude renovar mis ganas y tengo toda la energía para hacer algo para mí.
Fernando
Mi enfermedad yo creo que empezó después de que falleció mi papá. A la semana empecé a drogarme con LSD. Seguí con marihuana y con pastillas, pero con lo que más me drogué siempre fue con LSD. Tenía 14 años y demasiados problemas. Empecé a robar por curiosidad, no por falta de dinero, y me colgué con el robo y cada vez más y más. Empecé a robar de caño coches y motos. Ya era como un hobby.
Cuando empecé a drogarme éramos doce chicos muy unidos de los cuales dos éramos los que robábamos más. Los demás, no. Era más pasar el tiempo relocos y divertirse, ir a recitales y esas cosas, como ir a bailar o quedarse en una plaza delirando gente. Dejé de lado a mi familia y me dediqué a hacer la mía.
Me casé a los 18 años con una chica que también se drogaba. Con la plata que yo hacía vendiendo LSD, más la de mi trabajo y la que proveía del robo, alquilé un departamento. Después tuvimos un hijo, pero la pareja no duró. Yo era infiel con ella, ocultaba un montón de cosas y eso me costó la separación. Me sentí libre después de separarme, quizás era eso lo que buscaba. En el fondo mi ex mujer nunca me importó, nunca la quise (de eso me doy cuenta ahora, mientras escribo este testimonio).
Después de separarme volví al tipo de vida que tenía a los 15 años. Empecé a robar más, pero giladas (estéreos, carteras y cosas por el estilo). Recién a los 21 años conocí la cocaína. Nunca la había probado. El enrosque con la cocaína y la ansiedad de tomar más hizo que le robe hasta a mi vieja. Fue un golpe y no me gustó. Empecé a vender cocaína y ahora me doy cuenta que me ahí empezó a ir todo mal. A raíz de eso perdí todo, mi autoestima, la confianza de mi familia, mis hermanas y lo más trágico, el amor a mí mismo.
¿Cómo me siento ahora? Mal y bien. Mal por todos los errores que cometí, por las angustias que hice pasar en mi casa, por lastimar a la gente que me quiere. Bien porque recapacité, me di cuenta que perdí todo y estoy acá para curarme.
Eduardo
Cansado de no saber qué hacer, frustrado, con mi familia dividida, me bebo mi primera sidra. Al tiempo preparaba mezclas. Si no me dejaban ir a bailar, me escapaba. Tengo mi primera novia con relaciones y me peleo. Ahí empiezo a andar mal. Dejo de nadar, que era el deporte que más me gustaba, empiezo a fumar marihuana y bebo cualquier cosa que tenga alcohol.
Vivía sin problemas, bien. En la droga encontraba el sello de lo original y lo distinto. La tenía clara. Además, no le negaba mi manera de ser a nadie porque yo defendía lo que hacía. Salvo en casa, donde una vez me encontraron droga y yo los convencí de que era la última vez. Me echan del colegio por bardo. Conozco el ácido y después la cocaína, la cual se me prende rápidamente. La plata no alcanza, empiezo a robar y ya estoy en cualquiera. Me daba con cualquier cosa y me empecé a sentir asexuado, algo muy raro en mi personalidad. En mi casa ni estaba, mi mamá se daba la cabeza contra la pared, se peleaba con mi viejo, yo qué se…
Vivía estafando a todos los que podía, peleándome y escapando de la policía y de mi realidad. No me paraba nadie, cada vez que iba detenido, zafaba; pero de a poco fuí sufriendo un deterioro. Cuando andaba sin plata, vendía. Por dentro siento miedo, pero no me detiene y me creo indestructible y ganador.
Repito cuarto año y empiezo a trabajar. Dejo la merca, pero no la marihuana y el LSD y menos el alcohol. Pienso en abrirme y hay me siento seguro e incentivado por una novia. Con ella gano confianza. Empiezo a nadar, dejo hasta el cigarrillo, pero el porro no porque me parecía que era sano. Después de algunas recaídas me doy cuente que no quiero más droga, no quiero robar más, no quiero ser más trucho.
Otra novia, algo nuevo. Gano más confianza y ya tengo dos trabajos. Pero después se viene todo abajo. Trabajo, novia, todo. Me engancho con la merca y el alcohol. De esa época recuerdo sólo droga y más droga y que la cabeza ya no razona bien. Siento soledad, angustia, tristeza y siento que no puedo parar, que no sé por qué actúo de esa manera. Vuelvo a robar y ya no me tengo fe hasta que busco ayuda y empiezo a salir.
Gastón
Siempre estuve relacionado con gente que se drogaba. El primer día que me drogué tenía 12 años y fue con marihuana. Había tenido una pelea con mis padres porque los habían citado en el colegio por mi mala conducta. Ese día me escapé y me fui con mis amigos del barrio. Ellos me convidaron y yo acepté. Siempre me atrajo porque era prohibido y porque tenía mucha curiosidad de cómo era eso.
A partir de ese día empecé a fumar los sábados a la noche cuando iba a las fiestas. Cada vez se me hacía como más cotidiano fumar. Hasta que una vez estaba muy borracho y fumado y como no podía ir así a mi casa y me convidaron cocaína. Me acuerdo que estaba mejor. Comí algo y me fui a dormir de cansancio.
A partir de ahí empecé a consumir los fines de semana cocaína y a tener contactos para conseguir la droga. Sin darme cuenta me fui permitiendo consumir los jueves, los viernes y después todos los días. Empecé a tener problemas en mi casa. Me decían que no estudiaba, que me iba sin permiso y que llegaba tarde. Cuando me veían raro o con los ojos colorados, yo les decía que había tomado alcohol y que me hacía ese efecto porque no estaba acostumbrado.
Con el tiempo ya no me alcanzaba la plata que me daban mis viejos. Entonces empecé tomando el monedero de mi vieja o de mis hermanas hasta que se dieron cuenta y tuve un problema muy grande en mi casa. Encima se creían que robaba por gusto porque yo preferí no explicarles el motivo.
Ya me estaba relacionando con gente de la calle que se drogaba todo el día. Eran pibes que robaban y tenían problemas con la policía. Ellos me enseñaron a manejar armas y a robar. En mi casa ya tenían la seguridad de que me drogaba por versiones de los vecinos y amigos de mis viejos. Además, mis hermanos me habían encontrado droga. Quisieron hablar conmigo, pero yo ya no era la persona que ellos conocían. A mí ya se me había hecho normal robar. Me acuerdo de una vez que me perseguían unos tipos de vigilancia y yo me metí en una villa donde a mí me conocían y no me querían porque era de la hinchada de Tigre. Ese día me clavaron una púa y me hicieron un tajo en la cabeza. Me tuvieron que dar puntos.
A los trece, casi catorce años me arreglé con una chica que a la semana me enteré que se drogaba. Empezamos a drogarnos juntos, yo robaba y traía la droga. Era toda una relación enferma. Yo ya me había acostumbrado a ver muertes de conocidos, de compinches, pero cuando ella se murió fue distinto. Mi vida empeoró. Todo lo hacía era ir a la cancha, drogarme, robar y caer en la comisaría.
Me acuerdo que una vez mi viejo me encontró en la calle durmiendo. Fuimos a tomar algo para hablar y él me dijo que estaba muy preocupado por mí y que estaba muy dolido por lo que estaba viviendo. Me dijo que tenía muchas ganas de ayudarme y yo me hice el rebelde. Me fui diciéndole que yo sabía que ya había perdido todo lo que tenía y que no me importaba. Sufrí mucho por eso.
Me seguí drogando. Realmente quería dejar esa vida, pero siempre volvía a hacer lo mismo. Me enteré por mi hermano que mis viejos querían hablar conmigo. Fui y me encontré con una familia llorando desesperada por mí y enseguida les dije que si era verdad que me querían ayudar, yo estaba necesitando eso.
Andrea
De pequeña era muy tímida, me costaba relacionarme con los demás. Recuerdo que la mayor parte del tiempo me la pasaba imaginando situaciones distintas de las que vivía en el momento. En la secundaria comencé a cambiar. Ya estaba cansada de ser la tímida retraída y me pasé al otro extremo. Tenía problemas de conducta. De todas formas me costaba relacionarme. No decía nunca lo que sentía por vergüenza o inseguridad. Siempre estaba disconforme con todo.
Me metí en el Centro de Estudiantes y creo que por ahí trataba de canalizar todas mis emociones. Me gustaba mucho porque conocía gente de todas partes. Además, yo era muy conocida en el colegio y me sentía importante. Disfrutaba cuando le hacía planteos a la Directora o al organizar sentadas por baños rotos. Me gustaba que las autoridades no tuvieran dominio sobre nosotras y yo sí sobre mis compañeras.
La relación con mi familia iba en decadencia y cada vez me sentía más sola y con mayor angustia. A los 15 años tuve mi primer novio, Marcelo. Cortamos a los pocos días de haber tenido relaciones. Fue mi primera vez y yo sentí mucha tristeza porque no entendía que después de haber tenido algo tan importante nos peleáramos. Él era adicto.
A los 17 años novié por segunda vez con Marcelo y poco después de terminar la secundaria, al año y medio de noviazgo, quedé embarazada. Al principio decidimos casarnos y tener el bebé, pero después de hablarlo con mi familia él decidió que no quería tenerlo. No me sentí capaz de continuar sola y aborté la criatura. Me sentí muy mal, traicionada y deseaba morir en la internación.
Una noche conocí a Matías, un artesano adicto mucho mayor que yo. Empezamos a salir y ése fue mi pasaporte al descontrol. Nuestras salidas consistían en tomar alcohol y consumir drogas en cualquier lugar de Buenos Aires. Una tarde me peleé con mis padres y mi papá me dijo que o hacía lo que él quería o que me fuera de casa. Y así fue. Me fui de casa. Ese era mi sueño desde hacía mucho tiempo. Vagué durante tres días sin rumbo y sin plata hasta que fui a vivir con una amiga separada que tenía un bebé. Conseguí trabajo y continuaba estudiando. Por lo general estaba todo el día en la calle. Durante el día trabajando y en la facultad y durante la noche con Matías en cualquier lugar, tomando alcohol o drogándome. Los fines de semana, viajábamos a cualquier lugar, en cualquier tren, con una carpa, comida y drogas.
En ese momento era feliz y me sentía libre. Por unos meses desapareció la soledad y la tristeza. Ya no recordaba lo que ocurría exactamente en los viajes y en mi vida. Tenía imágenes difusas de líos, corridas, hoteles de mala muerte. Me acuerdo que un lunes regresé de San Antonio de Areco y lo único que recordaba era un amontonamiento de gente a mi alrededor porque me había caído de un puente.
Cada vez estaba menos en la casa en la que vivía porque no quería que el bebé me viera drogada o borracha. Mis notas en la facultad se fueron a pique, un par de profesores se acercaron a preguntarme qué me pasaba y a decirme que estaban muy preocupados por mí. Me fui de la casa de mi amiga a una casa semi deshabitada que conseguí por intermedio de unos conocidos. Allí alquilaba una habitación. Pero el hijo del dueño, que era de mi edad, intentó varias veces pasarse conmigo, así que solamente iba a bañarme y cambiarme de ropa. Me la pasaba yendo de un lado para otro sin tener un lugar propio. Con Matías las cosas iban mal. Yo me alejaba cada vez más de todos. Lo único que compartía con él era drogarnos y resulta que él se cansó, quería cambiar la historia y yo no podía ni quería. Recuerdo que un día me pidió que no consumiera y no le hice caso. Me vendieron un ácido vencido o en mal estado, nos peleamos en una fiesta y nos escapamos. Él se enojó y me bajé del colectivo sin saber dónde estaba. Me quedé durante horas sin poder moverme. Por efecto de la droga imaginé que la policía me quería llevar y empecé a correr hasta que me ví reflejada en una vidriera y me pareció que estaba desfigurada. Me puse a llorar y un chico me ayudó a llegar a mi casa.
Un día me enteré que mis padres se habían ido a la costa y decidí viajar para allá para alejarme de todo, de Matías, de la droga, del barrio. Había muchos problemas con la policía y varios conocidos en esa época cayeron presos o los mataron y tenía mucho miedo porque los mismos policías que eran de Narcotráfico y hacían los operativos se drogaban con nosotros en el barrio.
Estuve siete días en la costa y conocí a Enrique. Después de asegurarme de que no se drogaba empezamos a salir juntos. Cuando regresamos a Buenos Aires dejé a Matías y me fui a vivir con Enrique a la casa de los padres de él, que estaban de vacaciones. Busqué otro trabajo, fui a la universidad y empecé a hacer una vida normal.Durante tres meses viví con Enrique, pero cuando terminó el verano quedé en la calle. A la casa deshabitada no quería volver y después de dar algunas vueltas regresé a la casa de mis padres. Como nadie preguntó nada, un día llevé todas mis cosas. Mis padres me propusieron hacer un viaje a Europa para mejorar las relaciones. Viajamos durante dos meses y eso me ayudó mucho para cortar las ganas de consumir. Volví y me sentía mucho más fuerte con respecto a ese tema.
Con Enrique decidimos ir a vivir juntos, pero no conseguimos nada por falta de dinero. En casa yo hacía la mía sin que hubiera mayor dificultad y creo que no me molestaban porque tenían miedo de que me volviera a ir. Algo en ese momento había logrado y era consumir sólo de vez en cuando durante un año y pico. Enrique no sabía nada, pensaba que yo había terminado con todo aquello a los 19 años.
Quedo embarazada por segunda vez. Viajamos a Córdoba durante un mes para decidir qué hacer. Yo quería alejarme de mi familia para que no influyeran en mi decisión. Volvimos, yo con dos meses de embarazo, y contamos la noticia de que nos íbamos a vivir juntos porque queríamos tener nuestro hijo. Pero volvió a ocurrir que después de conversar con mis padres el muchacho prefirió no tenerlo. Por los mismos motivos de hacía un par de años antes decidí perderlo, pero yo lo quería, lo sentía. Creí que moría por dentro y de hecho cambié completamente. Me convertí en una descreída. Tenía mucho odio a todo y a todos y principalmente a mí. Sentía tanto dolor, soledad, no sé, creo que hay sensaciones que no se pueden explicar. Aún así me casé con Enrique a los dos meses y hoy en día creo que fue para escaparme, para tratar de aliviarme el dolor. Mi matrimonio duró un año y fue un infierno. Yo estaba muy enferma, cada vez más, a pesar de que no consumí hasta un par de meses antes de separarme definitivamente. Durante ese año hubo todo tipo de problemas. Peleas, escándalos, golpes, hasta que un día durante una discusión, Enrique se hizo varios tajos en la panza con un cuchillo.
Abandoné el trabajo, la facultad y empecé a consumir cocaína durante dos meses. Sólo salía de casa para ir a buscarla. Otra vez me quería morir, ya no soportaba más. Un día le dije a Enrique que no quería verlo más, que no quería sentirme culpable de nada más y que necesitaba curarme, que los dos estábamos muy enfermos y que teníamos que separarnos para recuperarnos. Él no quiso saber nada y tuvimos muchos problemas hasta que fui a ver a un abogado y firmamos un acuerdo en el que se estableció que él no podía acercarse a mí. Para eso tuve que darle todo lo que teníamos en común.
Busqué trabajo y dejé de consumir. Me quedé en el departamento, que era mío, y empecé a remontar. Me estabilicé económicamente trabajando en un Banco. Durante ese tiempo no veía a nadie. Solamente salía para ir a trabajar, disfrutaba de la soledad en mi casa y eso me ayudaba a salir adelante. Después de seis meses de tranquilidad y orden en mi vida me sentía muy fuerte, pero me empezó a aburrir la rutina, la soledad y al poco tiempo me despertaba por las mañanas casi sin saber con quién estaba.
Mi dolor y mi angustia crecían. Decidí pasar Año Nuevo en Brasil, en Bombinhas, para escapar de todo. Mi familia se opuso, pero no me importó y me fui. Durante esas vacaciones me enamoré de un brasileño y decidí ir a vivir con él a Porto Alegre. El primer tiempo estuvo bien y no consumí, pero a los pocos meses comencé a sentirme sola, aburrida y sin perspectivas, así que volví a Buenos Aires, donde me encontré otra vez sin dinero y sin trabajo. Empecé a estudiar Sociología, pero no estaba bien y al tiempo tomé sedantes y dormí tres días seguidos. Sin saber cuál era el motivo de mi estado, mi familia me pidió que me fuera unos días a una clínica en Diquecito, Córdoba, para descansar y recomponerme. Y eso hice. Me dediqué durante quince días a hacer deportes, comer bien y recuperarme. Creo que fueron los 15 días más felices de mi vida.
Regresé a Buenos Aires muy bien, con mucha fuerza, pero me duró un par de meses. Viajé a la costa y conocí a Marcelo, un personaje que me superó y me hundió por completo nuevamente en un abismo. Me envolvió con mentiras y resultó ser un adicto que ya había pasado por cinco tratamientos, tener HIV y una hija de cuatro años abandonada. Estos hermosos detalles los fui descubriendo a medida que avanzaba nuestra relación. Ni bien lo conocí se vino a vivir conmigo puesto que no tenía dónde vivir. Me fui involucrando en sus problemas y trataba de ayudarlo para que no se ahogara, pero me olvidé de que yo no sabía nadar.
En diciembre decidimos ir a vivir a la costa y hacer la temporada allá, sobre todo para que él pudiera alejarse de la droga, pero no sólo no lo consiguió sino que en enero quedé embarazada y creí volverme loca. Él se picaba y yo tomaba alcohol. Nuestra vida se convirtió en un infierno, vuelta los escándalos, las peleas… Me enfermé de neumonía y económicamente me venía a pique. Hasta que intenté dejarlo y él puso a funcionar el plan A: llantos, promesas, escándalos. Como no funcionó intentó con el plan B, que consistía en intentos de suicidio, y ¡bingo! logró conmoverme. Fue entonces que me enteré de que él era portador de HIV.
En febrero regresamos a Buenos Aires. Teníamos que buscar ayuda para él y decidir qué hacer con el bebé. Después de ver a algunos médicos me dijeron que era muy probable que tanto yo como el bebé estuviéramos contagiados, que yo estaba muy débil y que el diagnóstico no se podía confirmar hasta mi sexto mes de embarazo. Decidí abortarlo. En medio de todo esto a mi pareja se le ocurrió desaparecer luego de robarme la plata que yo había juntado para poder pagar el aborto. Así que a pesar de que no quería involucrar a mis padres en todo eso no me quedó otra alternativa.
Poco después comencé a drogarme nuevamente. Aborté la criatura y a los dos meses le conté a mi familia que necesitaba internarme debido a que era adicta y a que ya no podía dejar de consumir. Se enteraron de mi posible HIV, pero por suerte los resultados dieron negativos. De todas formas tengo que realizar nuevos estudios. Ahora me siento mejor y agradezco a la vida esta nueva oportunidad.
Gabriel
Yo me empecé a drogar a los 13 años. Fue en el colegio secundario con marihuana. Me había criado con chicos de mi barrio y éramos muy amigos, íbamos a todos lados juntos. Nos empezamos a juntar con unos pibes tres o cuatro años más grandes que también habían empezado a consumir. Se nos hacía muy difícil conseguir la droga, por eso fumábamos sólo los fines de semana. Como mi casa quedaba a una cuadra de la villa donde pasé gran parte de mi infancia, fui allá y me encontré que los pibes que antes jugaban a la pelota conmigo, ahora vendían.
Yo tenía el contacto. Nos juntábamos los sábados después de comer y comprábamos una buena porción para toda la semana. Íbamos a bailar a Terremoto. Un día en una pelea nos hicimos amigos de unos chicos de Ciudadela, de los monoblock, y empecé a tomar merca con ellos. Se empezó a correr la bola en el barrio y venía gente de todos lados a pegar.
Mis amigos de a poco iban dejando todo y me decían ‘dejá vos también’ y yo les decía ‘en Año Nuevo’ y así pasaban los años. Mi familia no se daba cuenta de nada, pero yo había perdido la comunicación con ellos y no hacía nada para que revertir la situación. Empecé a dejar de trabajar y como en mi casa no me daban más plata, me puse a robar carteras en bicicleta y después negocios en otros barrios. No me paraba nadie. A veces la policía me encerraba, pero después salía. Ya robaba en mi barrio, en donde sea.
A esa altura mi mamá se iba a trabajar a las 5 y yo llegaba a las 4:30. Me acostaba en la cama y veía como ella lloraba y daba gracias a Dios de que yo había llegado sano. Un día mi hermano me encontró veinticinco gramos de droga. Yo había tomado LSD y no la podía encontrar. Él me la dio y le contó a mi otro hermano y mi otro hermano le dijo a mi mamá. Ella me cubrió hasta cierto punto en que no aguantó más y se enteró mi viejo. Él me apretó un poquito y yo le dije que vendía y nada más.
Después descubrieron la verdad. Yo le prometía a mi viejo que no me iba a drogar más, le decía que lo hacía desde hacía cuatro meses y ya iban como cinco años. Me escapaba un par de días y volvía cuando tenía hambre o estaba todo sucio. Tenía conciencia del dolor que le causaba a mi familia, que la estaba destruyendo y que yo había tocado fondo. Un día paró un señor y me ofreció una revista sobre un tratamiento. Después llamé y me dieron una entrevista. Ahora llevo cuatro meses de tratamiento y cada día estoy más seguro de mi decisión. Éste, sin duda, es el mejor año de mi vida.
Nicolas
Empecé a drogarme cuando tenía 13 años por curiosidad y para no ser menos que un amigo, un amigo al que lo tenía como ídolo. Al principio fumaba marihuana, después tomé pastillas y también me drogaba con pegamento y nafta. Lo hacía los viernes y sábados solamente. Después lo hice entre semana, pero mis padres no lo sabían y yo la careteaba muy bien.
Cuando veía a los chicos consumir marihuana no me molestaba, es más, yo consumía con ellos, pero cuando consumían cocaína me ponía muy mal ver cómo quedaban y decía que yo nunca lo iba a hacer. Cuando tenía 16 años acompañé a un amigo a comprar una jeringa y él me dijo que la cocaína era lo mejor y me convidó. Era un viernes a la tarde. No la consumí y la guardé para la noche. Me acuerdo que ese viernes tomé por primera vez y no me llamó mucho la atención. Después de varias semanas volví a tomar. Era un miércoles a la noche, estábamos en un almacén, que era el lugar donde parábamos, y uno de los chicos se había puesto a vender y me invitó a tomar. Yo acepté y esa vez sí me gustó. Desde ese día ya no pude descolgar. Tomaba los fines de semana con la plata que me daba mi viejo para ir a bailar. Después ya no me alcanzaba con eso y empecé a sacar plata adelantada del trabajo.
Cuando me quedé sin trabajo empecé a trabajar con mi papá y como no me alcanzaba con la plata que él me daba, le empecé a robar. Cada vez más y más hasta que se dio cuenta. Él empezó a averiguar y alguien le dijo que yo estaba consumiendo drogas. Se enojó mucho, pero yo le prometí que no lo iba a volver a hacer y me creyó. Y así la historia se repitió una y otra vez hasta que mi viejo me perdió la confianza por completo.
Cuando tenía 18 años conocí a Claudia, una medio hermana que es dos años menor que yo, y la hice consumir. Después apareció una amiga de Claudia, Silvia, y también la hice consumir. Al tiempo empezamos a salir y seguíamos tomando. A Claudia ya no le gustaba estar conmigo porque yo estaba todo el tiempo drogado, pero a Silvia sí, y eso era lo que a mí me importaba. ‘Silvia y droga’, no precisaba más.
Al tiempo Silvia era toda una adicta y como tal se aburrió de la rutina, al igual que yo, y decidimos separarnos. Estuvimos dos o tres meses sin vernos y en todo ese tiempo yo no consumía ninguna clase de droga ni alcohol. Tampoco salía a bailar ni a ningún otro lado, no quería salir de mi casa para nada. Hasta que de nuevo apareció Silvia y con ella la cocaína. Estuvimos un par de meses y nos volvimos a separar. Esto pasó varias veces hasta que no la vi más. Ahí estuve un tiempo sin drogas. Después conocí a unos chicos que tomaban y empecé de vuelta. Lo hacía todos los días y durante todo el día.
Un día mi viejo me comentó que había una fundación que trataba a los chicos con mi mismo problema. Así fue como me conecté con ellos y decidí internarme. Ahora estoy acá luchando por vivir y aunque me cueste un montón, mucho más de lo que yo pensaba, estoy seguro de que yo no quiero más drogas en mi vida y que quiero ser una persona sana.
Javier
Decidí empezar un tratamiento y hoy por hoy siento que estoy cambiando. Estoy empezando a conocerme y recuperando mi confianza.
Bueno, voy a contar un poco mi vida, desde que entré en el infierno de las drogas. Me acuerdo que comencé fumando marihuana a los 14 años. Estaba cursando segundo año comercial en el colegio San Marcelo con chicos que prácticamente se criaron conmigo. La cosa empezó como un juego y poco a poco fue haciéndose rutina en mi vida.
Empecé a salir descontrolado a la calle, con la locura encima, y poco después conocí lo que era la cocaína, una sustancia que de a poco empezó a arruinar mi vida. Aunque estaba cada vez más enfermo, me puse de novio con una chica a la cual quería mucho, con la cual perdimos un bebé de casi dos meses. Empecé a trabajar y dejé los estudios, pero con la droga al lado mío. Después mi relación con mi familia empezó a empeorar cada vez más hasta que me fui de mi casa por unos días. Volví arrepentido, con mucho dolor por dentro, pero muy anestesiado.
Después empecé a trabajar en una verdulería. Pude ponerme un poco las pilas y dejar de consumir por un tiempo. Fue entonces que logré comprarme la moto, mi sueño imposible. Luego de haber pagado varias cuotas empecé a gastar plata para empezar a consumir de nuevo. Mi relación con esta chica se había terminado y me sentía solo. Tenía mucho vacío en mí y como la vida tiene tantas vueltas una noche común y corriente, estando careta, pude conocer a Julieta, que hoy por hoy sigue estando a mi lado, acompañándome en todo lo mío.
A los quince días de estar de novios me fui a vivir a la casa de un amigo, que era enfermo como yo. Unos días después Julieta se vino conmigo. Estuve casi dos meses viviendo en esa casa, siempre ocultándole la verdad a Julieta sobre mi enfermedad. De a poco quise cortar, dejar de curtir, pero no pude. Luego de estar ocho meses conviviendo con Julieta, se terminó todo y ahí caí más fuerte todavía y me hundí rápidamente en la droga. No tenía proyectos y me dejé estar.Hasta que Julieta volvió a cruzarse en mi camino y ahí empezó a cambiar mi vida. Decidí empezar un tratamiento y hoy por hoy siento que estoy cambiando. Estoy empezando a conocerme y recuperando mi confianza.
Adriana
Quizá deba remontarme a unos años atrás para contar y para comprender un poco mi historia. Soy hija de un matrimonio que esperó once años para tener la primera hija que fui yo. ¿Caprichos? Sí, tuve un montón; fui la nena malcriada y caprichosa de la familia. Por ser la primera y porque todos mis primos y mi hermano son varones; yo soy la única mujer.
Mi adolescencia fue hermosa hasta que apareció en mi vida Daniel. Estuvimos saliendo aproximadamente dos años y medio, de los cuales él se pasó un año y nueve meses golpeándome y abusando de mí, generalmente cuando se emborrachaba, cosa que hacía con frecuencia. Terminé 5º año en 1993 y se suponía que tenía que empezar a estudiar en la facultad porque tuve la posibilidad de elegir entre trabajar y estudiar. Lo que yo elegí fue «hacer que estudiaba». No tenía proyectos y creo que jamás los tuve. Es más, creo que recién ahora estoy conociendo el verdadero significado de esa palabra. Yo era de esas personas que empiezan todo lo que esté a su alcance, y así fue que nunca terminé nada. Así eran los pilares de mi vida: inconclusos, y fue por eso que el derrumbe tenía que suceder tarde o temprano, era algo inevitable; y llegó.
Mi primer contacto con la droga fue en la facultad, cursaba el segundo cuatrimestre del CBC en la sede de Martínez. Cuando apareció la posibilidad, me dije: ‘¿por qué no? Total, por una vez que pruebe el gran misterio prohibido éste, ¿qué me puede pasar?’. En realidad ahí estaba la cuestión, el problema; ésa no iba a ser la última vez que iba a tener esa clase de pregunta en mi interior. Cada vez iban cambiando, pero en el fondo eran maneras de justificarme. Al principio decía que probar dos o tres veces no me iba a hacer nada y después que yo lo podía controlar.
Así fue como la puerta hacia un abismo inmenso comenzó a abrirse y yo, como tantos otros, no hice más que entrar. ¿Mis padres? Ajenos a todo se decían: ‘¡pobre Adrianita!, se queda noches despierta para poder estudiar’ cuando en realidad yo ni siquiera podía cerrar los ojos para poder descansar.
Marcelo, mi nuevo novio, era exactamente lo contrario de Daniel, era el otro extremo. Lo conocí en el McDonald’s de Unicenter, donde trabajábamos. Yo ahí me sentía la supermujer porque nadie podía hacer las cosas mejor y más rápidas que yo, pero eso me duró poco tiempo. Después me aburrí y renuncié.
Marcelo estaba todavía a mi lado porque lo retenía siempre con la promesa de que iba a dejar. ‘Te juro mi amor que ésta es la última vez que lo hago’, le decía. Le pedía por favor que no me dejara y le decía que si me quedaba sola me iba a morir. Era una técnica que había aprendido de Daniel. Más de una vez lo dejé esperándome en algún lugar por horas y me iba por ahí. Cuando ‘bajaba’ me acordaba de él, lo llamaba y después lo encontraba. Entonces con un poco de llanto y nuevas promesas otra vez lo tenía a mi lado.
Durante todo ese tiempo tuve una sola amiga que, gracias a Dios, me banco todos mis rayes, del más chico al más grande. En realidad, mi eterno afán fue el de tener, como dice la canción, un millón de amigos, pero por querer estar con unos descuidaba a los otros y al final, cuando quise darme cuenta y miré a mi alrededor, no había nadie. Sólo tuve los típicos amigos de ocasión y Mariana, mi mejor y única amiga.
Según creía yo, hasta ese momento estaba todo bien y tranquilo, todo ‘bajo control’. Un fin de semana empecé a tomar y como para poder ponerme en clima y ‘¡nunca más!’. Cuando me quise acordar ya no era sábado a la noche sino martes a las siete de la tarde. Y el ‘nunca más’ me duró hasta que pude conseguir más droga. Cada fin de semana o cada vez que salía, tenía que tener ‘algo’ de incentivo y aparte una botella de algo fuerte.
A fines de 1994 salimos en familia como todos los años para Necochea. Yo me sentía tranquila porque me alejaba de la gente que consumía y allá no conocía a nadie. Pensaba que iba a estar lejos de todo y que sola podría zafar. Esa ilusión se esfumó la misma noche que llegué. Me pareció que había que ‘festejar’ porque estábamos de vacaciones y en Necochea… Recién ahora me pregunto, ¿por qué festejar implica tomar alcohol y si te emborrachás mucho mejor? Ése era un concepto que yo tenía muy incorporado y bueno… Dicen que entre los ‘locos’ nos reconocemos y creo que así porque me fui a un bar y al rato alguien se acercó a ofrecerme cocaína. A partir de ahí no hice más que hundirme, caerme, ahogarme, entrar, matarme.
Hubo muchos momentos. Al principio eran quizá placenteros, pero a medida que la droga me consumía se tornaron inaguantables, insostenibles. El vacío y la culpa se adueñaron de mí y al querer luchar contra eso y ver que no podía, iba por más. Recuerdo las veces que amanecía tirada en la playa. Hubiese sido hermoso poder apreciar esos amaneceres a la orilla del mar, pero no en el estado en el que me encontraba. No valoraba ni mi vida ni mi cuerpo y terminé por no valorar a nadie de los que me rodeaban, terminé siendo una cosa que necesitaba droga y que vivía para tomar cada día un poco más. Más de una vez pensé en matarme, pero el mismo miedo que me impedía afrontar mis problemas me salvó.
Los sentimientos en mi interior estaban muy anestesiados, bajo una coraza de acero. Sólo sentía vacío y una inmensa culpa por lo que estaba haciendo, pero por otro lado, apenas se me pasaba el efecto, corría casi con desesperación a buscar al que me vendía para ir por más. Me costó un poco poder disfrazarlo ante mi familia, me costó explicarle a mi hermano la cantidad de bebidas y mezclas que hacía. Él no podía entender cómo con tanta cantidad de alcohol yo todavía estaba de pie. Tenía ‘las salvadoras’, como les decía yo a las gotitas de colirio para los ojos. Con un par bastaban para poder aparecer en el hotel, un poco de perfume y listo. Lo demás era sencillo de manipular y me salía muy bien.
Terminaron las vacaciones. Fue casi increíble cómo se me pasó el tiempo. Creo que tuve un segundo de coherencia y pude tomar algunas precauciones antes de volver, pero me olvidé de Marcelo. Con él la situación llegó al límite. Ya no lo conformaban mis promesas en el aire y así fue como me dio a elegir entre las drogas y su amor. Yo estaba tan enferma que elegí lo que me estaba matando. Ahora estoy acá luchando por salir, por cambiar, por mis proyectos, por vivir.
Guillermo
Empecé a drogarme a los 14 años. Como la mayoría, por curiosidad. Fue con un amigo mío. Él me había contado que había fumado y me acuerdo que le dije de todo, pero después de eso yo le empecé a preguntar qué efecto le hacía, cómo era, hasta que un día le dije si tenía uno para probar. Me dijo que sí y así empecé.
Al principio no fumaba muy seguido. Siempre me convidaban y yo no era de comprar porque alguien siempre tenía. También tomé pastillas, no mucho porque no me gustó. Una vez tomé dos pastillas juntas y me duró dos días el efecto y me sentí muy mal.
A los 17 años probé la cocaína. Me acuerdo que fue en Navidad cuando empecé a tomar. Yo trabajaba en una agencia de publicidad y ya tenía plata para comprarme droga. Antes de cumplir los 18 años me puse de novio y empecé a alejarme un poco de mis amigos. Casi ni me drogaba. Tomaba o fumaba cuando los veía o salía con ellos y sólo me drogaba cuando me peleaba con mi novia.
Cuando dejé de salir con ella, me empecé a drogar más seguido y cada vez más cantidad. Empecé el 94 mal, re drogado. Era algo de todos los días. Era en lo único que pensaba. Para mí, como creo que para cualquiera, no había horario para drogarme. Empecé a trabajar con mi papá. Yo había hecho un curso de diseño gráfico en computación y al principio los trabajos los hacía, pero no con muchas ganas. De a poco dejé de hacerle los trabajos hasta que mi viejo habló conmigo y me dijo que para laburar así era me preferible que no laburé más y eso fue lo que hice. El 94 fue mi peor año con las drogas. Llegaba todos los días a la 7 de la mañana a mi casa y mi viejo me preguntaba qué me quedaba haciendo hasta tan tarde en la calle. Yo le decía que me quedaba con los chicos en una estación de servicio tomando cerveza y hablando.
En abril me puse de novio con una chica que se drogaba. Después de un par de meses se enteraron en la casa y un día me llamó por teléfono la madre y me citó en un bar. La mujer me dijo que se había enterado que yo también consumía y que si yo no le contaba a mis viejos, se lo iba a contar ella. Ese día llegué a mi casa, lo senté a mi viejo y le dije que había estado fumando marihuana y que ya no lo iba a hacer más. Después se lo conté a mi mamá, que ya sospechaba que algo malo estaba pasando. Esa misma noche dije que me iba a bailar y me fui a drogar, como siempre.
Un mes después, más o menos, dejé de salir con esta chica. Ella ya no se drogaba y yo cada vez consumía más. Ya empezaba a desaparecer de mi casa, pero no mucho. Si desaparecía lo hacía un fin de semana, o sea, dos o tres días. Mis viejos se dieron cuenta de que estaba mal y se empezaron a mover para buscar alguna solución a mi enfermedad.
Yo en ese momento no quería saber nada con internarme y menos cuando una chica con la que tuve una entrevista para empezar un tratamiento me dijo que ella había estado dos o tres años internada. Medio como que me asusté y no volví más. Después empecé a ir a una psicóloga. Fui dos o tres veces y no fui más. Mis viejos siguieron insistiendo y fui a varios lugares más.
Yo me seguía drogando. Seguí fumando marihuana, tomando LSD y cocaína hasta que me empezaron a ponerme límites. Por ejemplo, no me dejaban salir los días de semana a la noche y si salía, después no me dejaban entrar. Me empecé a dar cuenta de que no daba más por todo lo que estaba haciendo. Igual no quería saber nada de internarme y tuve que pegarme un par de palos más, como para darme cuenta. Allí mis viejos me cerraron la puerta de mi casa, me sacaron las llaves, me cambiaron la cerradura y me dijeron que si no me internaba no entraba más a casa.
Me fui un par de días y creo que eso me hizo reflexionar mucho. Volví a mi casa y les dije a mis viejos que me internaba. Ahora estoy tratando de curarme y creo que esto es algo que les debo a mis viejos. Ellos me hicieron dar cuenta de lo enfermo que estaba.
Rafael
Empecé a drogarme a los 13 años. Empecé fumando marihuana. Al principio lo hacía para divertirme los fines de semana. A medida que fue pasando el tiempo fui conociendo otras drogas, como la cocaína y el ácido. Me acuerdo que la primera vez que probé cocaína salía de trabajar y había cobrado la quincena. Me encontré con unos conocidos y me ofrecieron comprar. Gasté quince pesos en un papel, lo tomé y ahí empezó la pesadilla.
Después de esa vez empecé a hacerlo los fines de semana y a medida que fue pasando el tiempo se convirtió en lo cotidiano en mi vida. Al principio gastaba la plata que cobraba en la pizzería en la que trabajaba. Ya empezaba a faltar al trabajo porque no me gustaba ir drogado ni salir a la calle porque estaba muy desfigurado de tanto tomar.
Al mes que empecé a drogarme me despidieron del trabajo y empecé a andar con gente de la calle. En mi casa no pasaba nada porque yo oculté mi adicción desde un principio. Me acuerdo que estuve dos meses diciéndoles a mis viejos que estaba trabajando cuando en realidad andaba con una muleta pidiendo plata para poder drogarme y para llevar a mi casa.
Al tiempo mis padres se empezaron a dar cuenta de algo. No de que me drogaba porque en ese momento lo que menos se iban a imaginar era eso, pero sí de que algo andaba mal. Empecé a robar en mi casa ya que no tenía otro lugar de dónde sacar plata para drogarme. Mis viejos muchas veces me preguntaron para qué quería la plata o por qué hacía todo lo que estaba haciendo. Y yo, como todo adicto, nunca me hacía cargo de nada.
Mis viejos no encontraron otra solución que decirme que si no trabajaba me tenía que ir y en ese momento preferí irme. Me fui a vivir a lo de mi abuela, me puse las pilas un tiempo y estuve seis meses sin consumir. En ese tiempo estaba saliendo con una chica que realmente quiso ayudarme. Después la relación que teníamos ya no daba para más y nos peleamos. Desde ese día no la volví a ver.
Pelearme con mi novia fue algo muy chocante para mí porque me parecía que era ella la única persona que me apoyaba y quería. Creo que fue ahí cuando empecé otra vez a drogarme y a robar. Pero esta vez en lo de mi abuela. Le robé casi todo el departamento y a mi abuela no le quedó otra que echarme. Fui a parar a una villa y estuve cuatro meses perdido en el mundo de las drogas.
Empecé a caer preso y a hacer cualquier cosa. Ya no me importaba nada. Por esa época me enteré que mis viejos me andaban buscando ya que hacía cuatro meses que no aparecía. El día que decidí volver a mi casa me robaron cuando salía de la villa y me dieron un puntazo en la panza y otro en la cabeza. En un remis pude llegar hasta el hospital y estuve dos semanas internado.
Cuando dejé el hospital mis viejos me llevaron a la casa de ellos. Después de un tiempo me empecé a sentir mejor y a salir y a consumir de vuelta. Me acuerdo que me iba quince días por lo menos, después volvía, estaba dos días, me reponía y me iba otra vez. Así estuve casi un año. Mis viejos ya no sabían que hacer. Me empezaron a buscar un lugar para que yo pueda salir de la droga y bueno, me consiguieron un tratamiento.
Empecé a hacer cosas para demostrar que me quería curar como cortarme el pelo y sacarme el arito, que puede parecer algo insignificante pero para mí en ese momento eran cosas muy importantes. Estuve dos meses internado y me escapé. Me fui a mi casa y me encontré con algo que jamás me hubiera imaginado: mis viejos me cerraron la puerta. Estuve quince días de gira y reloco por la calle, ya no sabía de dónde sacar plata para seguir drogándome. Me acuerdo que fui a Liniers, quise robar una ferretería y la policía me agarró adentro. Estuve un día en la comisaría y después me derivaron a Tribunales. Ahí me mandaron a un instituto de menores.
Estuve un mes preso y creo que fue el peor momento de mi vida. Me acuerdo que mi familia venía dos veces por semana y la veía una hora. Mi viejo me venía diciendo que había posibilidades de volver a la internación y eso para mí era una esperanza. Se me dio a fines de 1994 y gracias a Dios estoy en plena rehabilitación.
Laura
Desde aquí resulta muy fácil reconocer que he sido anoréxica. Hace casi siente años que descubrí lo maravilloso que era atiborrarse de comida sin tener que engordar un sólo gramo. La anorexia me hacía sentir plena y felíz. Controlaba con toda exactitud mi cuerpo, hasta que controló mi mente; por eso, cuando tuve que enfrentarme a ella, me costó muchas lágrimas y una tristeza como jamás había experimentado.
Fue hace un mes, cuando fui ingresada en el hospital por unos trombos que llegaron hasta mis pulmones. Mis ojos se abrieron a la realidad, y también mi mente. Pero fue bastante duro acostumbrarme nuevamente a mi cuerpo. Todavía me resulta espantoso mirarme en un espejo. Es terrible verme llena de grasa, me siento como un cerdo al que han cebado y la verdad no sé si algún día aceptaré mi cuerpo tal y como está. La anorexia me sigue tentando. ¡Resultaría tan fácil perder todos esos kilos que me sobran! En muchas ocasiones me siento vacía, porque antes llenaba mi vida con ese control que tenía. Ahora todo se ha descontrolado y he tenido que volver a poner orden en mi vida. Cada día es un reto. La anorexia sigue estando ahí, al alcance de mi mano, pero me he prometido a mi misma olvidarme por completo de esa tentación, y yo cumplo mis promesas.